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Notas de Joe Turner

Pobre Sandokán, otra de piratas

18 de marzo, sábado. Esta semana leí que los piratas somalíes capturaron un buque petrolero, su primer secuestro desde 2012. La noticia me hizo ajustar ciertas cuentas pendientes que tenía con los piratas: ver la película Capitán Phillips e incursionar por la biblioteca del cuarto de huéspedes, con más precisión en los 40 centímetros de estante dedicados a piratas y bastante postergados en lecturas. Opté por una introducción abarcadora y abordé Historia de la piratería de Philip Gosse, libro que transitó Borges y que aparece como fuente en un texto que es clave de  su obra y de la narrativa argentina: Historia universal de la infamia.

Del libro de Gosse rescato el final -documentado en hechos de finales de la década de 1920-, donde sostiene que el ciclo de la piratería ha llegado a su fin y ya no es un negocio lucrativo. También surgió algo obvio: uno de los fundamentos y orígenes de la piratería -al igual que los de bandoleros o ladrones de bancos- es la extrema pobreza e imposibilidad de mejorías de vida. Aunque, siempre según Gosse, la miseria no es una condición imprescindible. La otra circunstancia suena a Nieztsche citado en un café luego de varias ginebras: "vive peligrosamente". Y dije "citado en un café luego de varias ginebras", porque esta frase y "opción de vida" tiene un tufo mussoliniano de miles gloriosus -tan bien pintado por Plauto-, por aquello de: "Meglio vivere un giorno da leone che cent'anni da pecora". La mayoría de los que optan por "vivir peligrosamente", al momento de su derrota suelen evitar un rito -y en esto, muchos generales y políticos argentinos concuerdan-: el suicidio. En cautiverio, los otrora feroces leones mutan en plañideras ovejitas.

El primer encuentro que tuve con piratas fue en los comienzos de la primaria, cuando desembarqué, una noche de tormenta, en la isla de Mompracem. Y de aquellas lecturas no sólo intimé con Sandokán, sino también con otro salgariano azote de los mares, ahora del Caribe, el señor de Ventimiglia y caballero de Valpenta: "el Corsario Negro". Por supuesto no puedo dejar en el teclado, ya que no en el tintero, al hiperpirata Long John Silver de Treasure Island, novela de la que recuerdo de memoria la canción del marino -uñas y ropas no muy limpias y la cicatriz de un sablazo en un pómulo- que, en las primeras páginas recaló con su baúl en la posada "Almirante Benbow".

Pero Salgari es diferente. Si algo hermana a sus piratas es el origen noble y aristocrático y que actúan por venganza o reparación de injusticias: el asesinato de sus hermanos para el caballero de Valpenta, el de su familia y la pérdida de su trono para el asiático Sandokán: "el Tigre de la Malasia". Quizás sea este último el más politizado de los piratas ya que no es fácil, con muy poco vuelo teórico e imaginativo; ver a un príncipe nacionalista luchando contra el imperialismo británico, ayudado por su lugarteniente, el portugués Yañez de Gomera, que adhirió a la causa de Sandokán. Yáñez ganó vuelo propio para, casi, convertirse en el protagonista más importante y legendario que el mismo "Tigre de la Malasia". Dejo a la imaginación del lector hallar semejanzas más contemporáneas.

Pero en el caso de los piratas somalíes la primera tesis de Gosse gana crédito; se trataba de pueblos de pescadores, cuya vida era de por sí muy parca, que vieron su fuente de ingresos menguar de manera radical cuando flotas pesqueras de potencias europeas y asiáticas empezaron a devastar su coto de pesca con modernos e industrializados métodos de captura y procesamiento de peces. Lo que es peor, como se estila en estos casos: los buques de pesca metecos aprovechaban la nula defensa costera de los somalíes para violar el límite de sus aguas territoriales hasta bojear lo obsceno. Los pescadores aprendieron rápido y encontraron una nueva fuente de ingresos: asaltar barcos en veloces lanchas. El primer paso fue saquearlos y, posteriormente, el más lucrativo negocio de secuestrar embarcaciones con su tripulación, quedarse con el cargamento y, de paso, pedir rescate. No obstante hacía falta una inversión mínima: las ágiles embarcaciones con motor fuera de borda, fusiles de asalto AK47, pistolas y RPG (lanzagranadas) tan destructores como intimidatorios; casi todo este arsenal, de origen ruso o de países integrantes de la ex Unión Soviética. El resto del equipo: la información sobre las mejores presas, GPS portátiles, teléfonos móviles satelitales, munición y granadas, era vendido por señores de la guerra que se quedaban con la parte del león a la hora del reparto. Los piratas se encargaban de abastecerse de agua, alimentos y abundante provisión de khat -cuyo consumo es legal en Londres y me debo probarlo en mi próximo viaje-, tan eficaz como cualquier meta anfetamina, pero que las mujeres y novias de los piratas proveen de sus huertas, a precios más que accesibles.

Ya no hubo vuelta atrás, bastaba un abordaje y rapto exitoso, por escasa que fuera la parte de los que arriesgaban el pellejo, y su pueblo tenía más dinero y poder de consumo que el que habían tenido desde sus antepasados bíblicos al presente. El próximo paso estaría al venir, las embarcaciones pesqueras y buques de carga pasaron a embarcar profesionales armados para su defensa, además los países más afectados desplazaron a la zona del Cuerno de África navíos de guerra con tropas.

El más conocido de los piratas somalíes, ya que no "el Tigre de la Malasia" sino "el Tigre de la Malaria", fue -es, todavía está vivo- Mohamed Abdi Hassan. No se sabe en cuantos asaltos participó, pero sí de tres muy sonados. El primero del transporte ucraniano MV Faina, operado por capital ucraniano, pero que navegaba con lo que en lenguaje náutico se llama Flag of Convenience de Belize, pero registrado en Panamá. Hasta aquí la historia huele peor que la Dinamarca de Hamlet, pero es el principio. Porque el MV Faina estaba cargado hasta la línea de flotación con 33 tanques T-72, cañones antiaéreos, y armamento variado, además de munición correspondiente. El origen de este cargamento era el mismo que el del arsenal de los piratas.

El manifiesto de carga del MV Faina, decía que el destino de ese material iba a ser el puerto de Mombasa, en Kenia. Pero Mohamed Abdí Hassan destapó la olla y dijo que la documentación encontrada a bordo decía que el verdadero destino era en Yuba, Sudán del Sur. Parafraseando a nuestro Martín Fierro, Mohamed Abdí Hassan bien pudo haber concluido -ya que, como veremos, labia no le faltó-: "Siempre encuentra el pirata / otro pirata mayor". Sea como sea, pago de un millonario rescate mediante, la mercadería llegó a Sudán del Sur, el resto del mundo miró hacia otro lado y aquí no ha pasado nada; y "el Tigre de la Malaria" siguió con su carrera de secuestros.

Los otros dos más sonados fueron el de la draga belga Pompei y el atunero vasco Alakrana, por el cual los españoles tuvieron que desembolsar una cantidad en dólares procaz, pero que no se arrima a la que estafó -y debe- a nuestro fisco el ciudadano Cristóbal -pero no Colón, ese era sólo un viejo bucanero, como dice una cancioncilla llena de calambures-. No por obvio hay que dejar pasar un detalle: el Alakrana fue secuestrado bien -pero bien- adentro de las aguas territoriales somalíes y bastante lejos de la flota de escolta.

Aquí se acabó la historia pirática de Mohamed Abdi Hassan.

Se retiró en la cumbre de su carrera, cuando ya era una personalidad internacional y las autoridades occidentales acusaban a un ex gobernante somalí de haberle otorgado un pasaporte diplomático; en 2009 fue invitado a la fiesta de conmemoración de los 40 años en el poder del dictador libio Muhamad el Gadafi -otro que "vivió peligrosamente" y, antes de ser asesinado, fue descubierto, escondido en una cloaca, con su Browning 9 milímetros enchapada en oro y cachas de ébano-.

Desde su torre de dólares, el ex pirata quiso devenir patriarca y aconsejó a sus compatriotas abandonar el oficio: “me gustaría animar a muchos de mis colegas a renunciar también a la piratería, y entregar cualquier material que tengan: naves, armas…”, fueron algunas de las preciosuras que se gastó. Fue por estas y otras declaraciones que el ahora farandulesco Mohamed Abdi Hassan ganó su apodo entre sus paisanos: Afweyne (bocón en somalí). El pez por la boca muere, porque tuvo un final parecido al del Chapo Guzmán, aunque sin las curvas y el escote de Kate del Castillo ni el necio Sean Penn devenido periodista "de alto riesgo, pero de plató".

Luego de meses de conversaciones un grupo de policías belgas, travestidos de cineastas, convenció a Mohamed Abdi Hassan de que planeaban filmar un documental sobre su vida y lo invitaron a su país. En octubre 2013, no más desembarcar en el aeropuerto de Bruselas, fue arrestado. En 2016 "el Tigre de la Malaria", fue condenado a 20 años de prisión. Me lo imagino a Sandokán dándose una vuelta por el reino de Sarawak, invitado por sir James Brooke, quien le ha vendido la burra teñida de que Ruyard Kipling quiere entrevistarlo para escribir un poema épico basándose en su vida.

Philip Gosse, estaba equivocado. Los piratas siguen vivos porque en algunos lugares del mundo la pobreza es abyecta y, además, señorean los lords of war nativos con sus capitanejos.

No se ha cumplido la macabra historia que cantaba el marino recalado en la posada "Almirante Benbow": "Fiftteen on the dead man's chest / Yo-ho-ho, and a bottle of rum! / Drink and the devil has done for the rest / Yo-ho-ho, and a bottle of rum!"